sábado, 16 de junio de 2007

LABERINTO


La etimología de la palabra laberinto proviene del griego "labyrinthus".
Construcción compuesta por pasadizos y habitaciones intrincadas, ideado para confundir a quien entre, e impedir que encuentre la salida. Si bien el laberinto, tiene su génesis en este supuesto impedimento, que nos obliga a girar o buscar una salida, que quizás nunca encontremos.
Laberintos maravillosos, subyacen ocultos, bajo diversos estratos, en disonancia al laberinto habitado por el minotauro helénico.
Cuando escuchamos la palabra laberinto imaginamos "algo" sinuoso, acaso complejo, pero también encontramos alegorías positivas, en cuanto a este espacio sinuoso, como vemos en la obra, FAUSTO de Johann W. Goethe:
"FAUSTO (Solo.)
¿Dónde está? Dejaré de preguntar... Si no era este el suelo que pisaba, si no era esta la ola que rompía a sus pies, este es el aire que hablaba su lenguaje. ¡Aquí!, ¡por un prodigio!, ¡aquí en Grecia! Enseguida sentí el suelo que pisé. Desde que, en mi sueño, un espíritu me enardeció, mi ánimo es el de un Anteo, y, aunque encontrara lo más extraño aquí reunido, recorrería de un lado a otro este laberinto de llamas. ".

Un laberinto puede resultar tan atractivo, que en vez de encontrar un minotauro, encontremos la imbricación lingüística y poética, dejándonos atrapados dentro de un romance de endecasílabos, de octosílabos o de hexasílabos.
Los invito a ingresar dentro de un laberinto superlativo, que posiblemente como Fausto deseemos recorrerlo de un lado a otro:

En el poema que sigue, sor Juana Inés de la Cruz invita a los lectores a leerlo en el orden que se considere más oportuno.


De sor Juana Inés de la Cruz.

LABERINTO ENDECASÍLABO
"...para dar los años la excelentísima señora condesa de Galve al excelentísimo señor conde, su esposo. (Léese tres veces, empezando la lección desde el principio o desde cualesquiera de las dos órdenes de rayas.)"
Amante,—caro—,dulce esposo mío,
festivo y—pronto—tus felices años
alegre—canta—sólo mi cariño,
dichoso—porque—puede celebrarlos.
Ofrendas—finas—a tu obsequio sean
amantes—señas—de fino holocausto,
al pecho—rica—mi corazón, joya,
al cuello—dulces—cadenas mis brazos.
Te enlacen—firmes,—pues mi amor no ignora,
ufano—siempre,—que son a tu agrado
voluntad—y ojos—las mejores joyas,
aceptas—solas,—las de mis halagos.
No altivas—sirvan,—no, en demostraciones
de ilustres—fiestas,—de altos aparatos,
lucidas—danzas,—célebres festines,
costosas—galas—de regios saraos.
Las cortas—muestras de—el cariño acepta,
víctimas—puras de—el afecto casto
de mi amor,—puesto—que te ofrezco, esposa
dichosa,—la que,—dueño, te consagro.
Y suple,—porque—si mi obsequio humilde
para ti,—visto,—pareciere acaso,
pido que,—cuerdo,—no aprecies la ofrenda
escasa y—corta,—sino mi cuidado.
Ansioso—quiere—con mi propia vida
fino mi—amor—acrecentar tus años
felices,—y yo—quiero; pero es una,
unida,—sola,—la que anima a entrambos.
Eterno—vive:—vive, y yo en ti viva
eterna,—para que—identificados,
parados—calmen—el amor y el tiempo
suspensos—de que—nos miren milagros.


Fuente: Juana Inés dela Cruz, Sor. Poesía lírica. Edición de José Carlos González Boixo.

Madrid: Ediciones Cátedra, 1992.

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